También se escuchan las voces de las brujas del pueblo, sus historias de cómo fueron colgadas y convertidas en mujeres de agua, parteras y consejeras, que han visto las generaciones pasar y a la naturaleza vencer, la voz de Jaume, el gigante que es juzgado y aislado injustamente, cuando su profundo corazón forja la amistad más importante del libro, la voz del corzo que debió ser cazado el fatídico día, la voz de los fantasmas que murieron en manos de soldados franceses o españoles que pasaron por las montañas en su retorno a casa, la de un lisiado que reencuentra el amor tras la condena de un acto violento, y la de Lluna, la fiel compañera de Mia. La naturaleza habla a través de la opinión de las montañas, la lluvia, la furia de los osos.
¿Confesar?
¿Qué? Si la risa era lo único bueno, era un cojín, era como comerse una pera,
era como meter los pies en un salto de agua un día de verano. No habría dejado
de reírme ni por todo el oro del mundo ni por todos los males del mundo. La
risa me libró de los brazos, piernas y manos que tan fielmente me habían
acompañado hasta entonces, y de la piel que había cubierto y descubierto tantas
veces, y me lavó las heridas y la tristeza de las cosas que te pueden hacer los
hombres.
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Y después de la tormenta también lloró un poco, por el hombre, porque quedaba
muy bien en el claro, dijo. ¡Qué lástima que los hombres se consuman tan
deprisa, y que los otros hombres se aferren a los cuerpos vacíos y los escondan
y los entierren por no ver lo que les pasará a ellos también!
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Y esa cabeza llena de misterios, llena de palabras: «Sió, tienes los ojos tan
azules que nadan peces en ellos»
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Tía Carme me dijo que no me preocupara, que aprendiera rápido. El mantel blanco
lo hizo ella. Lo hizo para la boda de padre y madre. Y aprendí rápido. A cuidar
el ganado y a mancharme los zapatos de estiércol. Porque el amor te ayuda a
aprender deprisa.
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Y entonces dije: Domènec, ¿cómo es posible que no hayas avisado a mi padre y a
mi tía? Y Dolores me dijo que habían muerto dulcemente, y que ella se había
despedido de ellos de mi parte. Y como todavía estaba aturdida de no dormir y
de tener en brazos a una niña que era mía, nuestra, me pareció muy triste y no
tan triste al mismo tiempo. Como un intercambio. Como una ley de vida. Unos se
van para dejar sitio a los que vienen.
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Pero no sé yo qué es peor, si pensar solo en los buenos recuerdos y que campe a
sus anchas la añoranza puntiaguda, y esta comezón insaciable que embriaga el
alma, o si bañarme en los riachuelos de pensamiento que me llevan a los
recuerdos tristes, malos y turbios y me inundan el corazón y me dejan más
huérfana aún al pensar que mi marido no era el ángel que yo corono. Y que no me
quería lo suficiente, como todos los hombres, que nunca quieren lo suficiente.
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Yo canto a la luna llena,
ojo
redondo de la noche amable,
gata
preñada.
Canto
al río helado,
compañero
del alma,
como
una vena, como una lágrima.
Canto
al bosque atento,
ahíto
de peces, liebres, setas.
Canto a
los días magnánimos,
a la
brisa de verano, a la brisa de invierno,
a la
mañana, al atardecer,
a la
lluvia menuda, a la lluvia enfadada.
Canto a
la ladera, a la cumbre, al prado,
a las
ortigas, al rosal silvestre, a la zarza.
Canto
como si plantara,
como si
hiciera una mesa,
como si
alzara una casa,
como si
trepara a una loma,
como si
comiera una nuez,
como si
encendiera una brasa.
Como
Dios creando animales y plantas.
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Y entonces mi madre empezó a decir que yo no tenía que ir al bosque con los chicos, porque ellos solo tenían trece años y yo ya era una mujer. Y yo no quería saber nada de ser una mujer. Con lo cruel que es ser una mujer y las pocas cosas que te quedan cuando ya eres una mujer.https://ww3.lectulandia.com/book/canto-yo-y-la-montana-baila/
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