En este caso me tocó conocer a Eliezer Wiesel, quien plasma su historia de vida en tres relatos: la noche, en la que habla de su infancia en Auschwitz junto con su padre, única esperanza familiar tras entender que los nazis habían aniquilado a su madre y a su hermana. Consiguen estar en la misma unidad y en el mismo empleo, pero va viendo cómo su viejo va perdiendo las fuerzas y esperanzas, y cómo toda su gente se aferra desesperadamente a creer en un Dios que no está haciendo nada por salvarles. Es operado en el campo, camina convaleciente 60 kms en las marchas de la muerte, y es finalmente liberado. EN ESTE RELATO SE REPRESENTA LA MUERTE DE DIOS Y DE LA FE EN EL CORAZON DE UN NIÑO QUE YA NO PODRÁ VER LA VIDA IGUAL LUEGO DE SOBREVIVIR A TALES TORTURAS.
Retrata la lucha entre el bien y el mal: el médico que ha amputado piernas de niños para vencer a la muerte, y la fiebre, que va mermando las esperanzas en los pacientes, y le hace sentir que ya no será el ángel salvador. Una lucha encarecida que está fuera de él, pero de la que ha formado parte toda la vida.
—Al
abandonar el asilo, algunos días más tarde —prosiguió Yoav—, me di cuenta de
que mis cabellos negros se habían vuelto blancos.
—Es el pasatiempo de la muerte —afirmé yo—. Adora cambiar el color del pelo.
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Cuando era niño, mi viejo maestro de estudios me había revelado que hay noches
en que los cielos se abren para dejar pasar las plegarias de los niños
desdichados. En una de esas noches,
un niñito, cuyo padre estaba moribundo, se dirigió a Dios en estos términos:
«¡Oh! Padre, soy pequeño y todavía no conozco las oraciones. Por lo tanto yo me
hago oración y Te suplico que cures a mi padre enfermo, mi padre moribundo». Y
Dios hizo lo que el pequeño le pedía; el padre se curó, pero el hijo,
convertido en plegaria, subió al cielo y quedó allí por toda la eternidad.
Desde entonces, me decía mi viejo maestro, desde entonces, ocurre que Dios se
nos muestra en el rostro de un niño.
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Comenzaba a comprender. Un acto absoluto, como el de dar la muerte, compromete
no solo al propio ser sino a todos aquellos que participaron en su formación.
Al matar a un hombre, también a ellos los convertía en asesinos.
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—Sufres —dijo la joven—. Cuando un hombre habla de su madre, significa que
sufre.
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Juzga a Dios, padre. Él es la causa primera. Él es quien concibió las cosas y
los hombres tal cuales son. Júzgale, padre. Estás muerto y solo los muertos
pueden permitirse juzgar a Dios.
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—Usted me odia, ¿no es cierto?
Yo no lo odiaba. Hubiera querido odiarlo. Eso hubiera simplificado las cosas.
El odio, como la guerra y el amor y la fe, lo justifica todo, lo explica todo.
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—¿A quién se mira cuando se ama a Dios? —preguntó después de un momento de
vacilación.
—A sí mismo. Si el hombre pudiera contemplar el rostro de Dios, cesaría de
amar. Dios tiene necesidad de amor y no de comprensión.
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El rumor del viento está hecho de las añoranzas y plegarias de las almas
muertas. Las almas muertas tienen más cosas que decir que los vivientes.
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Así va el mundo; no es a los verdugos sino a sus víctimas a quienes tortura la vergüenza.
La gran vergüenza de haber sido elegidos por el destino. El hombre prefiere
poner en su haber todos los pecados y crímenes imaginables antes que llegar a
la conclusión de que Dios puede permitir las más flagrantes injusticias.
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El sufrimiento hace aflorar en el hombre lo que tiene de más bajo, de más
cobarde. En el sufrimiento hay una etapa a atravesar, más allá de la cual uno
se convierte en un animal: uno sacrificaría su alma, y sobre todo la del
prójimo, por un pedazo de pan, por un minuto de calor, por un segundo de olvido
y de sueño. Los
santos son los que mueren antes de que finalice su historia. Los otros,
aquellos que llegan hasta el final de su destino, no se atreven a mirarse en el
espejo por temor de que refleje su imagen interior: la de un monstruo que se
ríe de las mujeres desgraciadas y de los santos que han muerto…
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El problema no es: ser o no ser. Más bien es: ser y no ser. Ocurre a veces que
el hombre vive y al mismo tiempo muere, que representa la muerte para los
vivos, y ahí comienza la tragedia.
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—Eres un puerco, Gyula —le dije emocionado.
—¿No lo sabías? —se asombró él—. El artista es el peor de los cochinos; se
alimenta con la vida y la muerte de los demás.
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Un poco de felicidad justifica los esfuerzos de una vida entera.
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xxx
Eliezer Wiesel nació en Rumania, el 30 de septiembre de 1928. A los 14 años, su ciudad fue tomada por los nazis. Sobrevivió en Auschwitz y Buchenwald con su padre. Cuando su campo fue liberado, fue a París a estudiar en la Sorbona. Llegó a los Estados Unidos en 1956 y obtuvo la nacionalidad en 1963.
Ganó el Premio Nobel de la Paz en 1986 por su labor de concientización sobre los campos de exterminio, de los que no paró de hablar y escribir el resto de su vida.
Murió el 2 de julio de 2016 en Manhattan, Nueva York, cuando tenía 87 años.
=== Para mí, cada hora es gracia ===
Todo testimonio de este salvaje periodo de la humanidad, vale la pena ser conocido, gritado y agitado como panal: NO DEBE VOLVER A PASAR.
Lee conmigo y enamórate de la literatura en:
https://ww3.lectulandia.com/book/trilogia-de-la-noche/
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