La noche que mi esposa decidió morir dejé encendidas las luces de la cochera esperando por su auto, enlamado y cansado, llegando a casa de madrugada.
Tenía tantas cosas que decirle: había terminado por fin el capitulo quinto, ya estaban en la alacena sus productos vitamínicos y, oh sorpresa, el mensaje de confirmación sobre nuestro viaje de otoño.
Pero no hubo tiempo de que lo supiera.
Ahora que lo pienso, llevaba días actuando extraño. Dormía demasiado, y antes que acabara el día de nuevo conciliaba el sueño. Ya no esperaba que le leyera para reír o acongojarse, ni esperaba por la última bocanada de mi cigarrillo. Sus besos de despedida eran secos y monótonos…rutinarios. Poco faltaba para que dejara de hablarme estando en la misma alcoba.
Pero nunca lo noté.
Tenía una mirada serena cuando se despidió. Me pedía que no llorara, debía resistir. Pero siendo ella mi razón ¿cómo se renueva a la vida a un cadáver agotado?
La noche entera del 6 de septiembre lloré tanto que se me secaron los ojos. Abracé su cuerpo frío, helado, no permitía se enmarañaran sus cabellos ni dejaba de besarla.
Ella no se ha ido y todo estará bien.
Cuando por fin cerré los ojos, agotado de tanto pesar, no dejé de soñar con su reencuentro. Podría decirle las últimas nuevas, observaríamos el cielo y me lo podría explicar. Justo estaba sirviéndole el café cuando los truenos me despertaron. El cielo se puso de acuerdo, descargó su llanto amargo todo el día de asueto. Entonces debía pensar en el funeral.
No, no. ¡Me niego a aceptarlo! Todavía el viernes me decía que me amaba mientras hacíamos el amor. Aún sentía su sabor en mis manos, no podía estar muerta. No pudo tomar esa decisión. No la mujer por quien velé tantos años.
Yo era como su padre. La cuidaba en la enfermedad y gustaba de mis sabios consejos (aunque fuese mi hija rebelde que no los siguiera). No le daba palmadas en la espalda, la dejaba desgañitarse en su dolor mientras besaba su cara.
Ella siempre fue la chiquilla aventurera que conquistaba sus propios caminos. Por días enteros no llegaba a casa, y cuando lo hacía, se cobijaba conmigo en el sofá para ver caricaturas hasta que, sintiendo su sobresalto en mis brazos, la llevaba hacia la cama.
Pero ahora estaba muerta.
Llamé a mis padres tras muchos veranos de no hacerlo. Estaban furiosos. Me hube alejado de ellos solamente para consagrarle mi vida a quien ahora se la había quitado sin siquiera dejar una nota de despedida. Así, en un instante premeditado al que nunca tuve acceso de objeción, postrada en sus peores ropas y con su linda cara llena de aserrín. Les dije que el funeral había sido muy corto, y que su cuerpo reposaba en nuestro jardín. Pero debo confesarlo, nunca hice tal cosa.
Yo se que su sonrisa angelical no solamente está en mi cerebro, se que todos pueden verla aún (aunque he desgastado mi móvil en llamadas a sus amigos, que tampoco la pueden encontrar), si me esfuerzo en despertar de esta pesadilla las olas del mar regresarán a su cabello, recuperaré con conquistas milenarias el caramelo de sus labios y lo eléctrico de sus brazos inspirará el capítulo sexto.
Se que si la entierro viva, eso nunca pasará.
La policía lleva días buscándome, los mismos que he sobrevivido bajo cero en el sótano y a media luz. Su cuerpo a mi lado, los sueños del otro. Quieren arrebatarme de lo único que me llena de vida, piensan que es un delito que me quiera quedar a su lado y no comprenden que yo no sé decirle adiós.
Voy leyéndole mis nuevas líneas, se que cuando logre dormir, ella me dará sus correcciones. Sin su aprobación, serán garabatos infantiles en un cuaderno de primaria.
Quisiera verla despertar para decirle que incluso, estoy aprendiendo a tocar el contrabajo.
-:-
JUEVES 11 DE SEPTIEMBRE, 2008.
Tenía tantas cosas que decirle: había terminado por fin el capitulo quinto, ya estaban en la alacena sus productos vitamínicos y, oh sorpresa, el mensaje de confirmación sobre nuestro viaje de otoño.
Pero no hubo tiempo de que lo supiera.
Ahora que lo pienso, llevaba días actuando extraño. Dormía demasiado, y antes que acabara el día de nuevo conciliaba el sueño. Ya no esperaba que le leyera para reír o acongojarse, ni esperaba por la última bocanada de mi cigarrillo. Sus besos de despedida eran secos y monótonos…rutinarios. Poco faltaba para que dejara de hablarme estando en la misma alcoba.
Pero nunca lo noté.
Tenía una mirada serena cuando se despidió. Me pedía que no llorara, debía resistir. Pero siendo ella mi razón ¿cómo se renueva a la vida a un cadáver agotado?
La noche entera del 6 de septiembre lloré tanto que se me secaron los ojos. Abracé su cuerpo frío, helado, no permitía se enmarañaran sus cabellos ni dejaba de besarla.
Ella no se ha ido y todo estará bien.
Cuando por fin cerré los ojos, agotado de tanto pesar, no dejé de soñar con su reencuentro. Podría decirle las últimas nuevas, observaríamos el cielo y me lo podría explicar. Justo estaba sirviéndole el café cuando los truenos me despertaron. El cielo se puso de acuerdo, descargó su llanto amargo todo el día de asueto. Entonces debía pensar en el funeral.
No, no. ¡Me niego a aceptarlo! Todavía el viernes me decía que me amaba mientras hacíamos el amor. Aún sentía su sabor en mis manos, no podía estar muerta. No pudo tomar esa decisión. No la mujer por quien velé tantos años.
Yo era como su padre. La cuidaba en la enfermedad y gustaba de mis sabios consejos (aunque fuese mi hija rebelde que no los siguiera). No le daba palmadas en la espalda, la dejaba desgañitarse en su dolor mientras besaba su cara.
Ella siempre fue la chiquilla aventurera que conquistaba sus propios caminos. Por días enteros no llegaba a casa, y cuando lo hacía, se cobijaba conmigo en el sofá para ver caricaturas hasta que, sintiendo su sobresalto en mis brazos, la llevaba hacia la cama.
Pero ahora estaba muerta.
Llamé a mis padres tras muchos veranos de no hacerlo. Estaban furiosos. Me hube alejado de ellos solamente para consagrarle mi vida a quien ahora se la había quitado sin siquiera dejar una nota de despedida. Así, en un instante premeditado al que nunca tuve acceso de objeción, postrada en sus peores ropas y con su linda cara llena de aserrín. Les dije que el funeral había sido muy corto, y que su cuerpo reposaba en nuestro jardín. Pero debo confesarlo, nunca hice tal cosa.
Yo se que su sonrisa angelical no solamente está en mi cerebro, se que todos pueden verla aún (aunque he desgastado mi móvil en llamadas a sus amigos, que tampoco la pueden encontrar), si me esfuerzo en despertar de esta pesadilla las olas del mar regresarán a su cabello, recuperaré con conquistas milenarias el caramelo de sus labios y lo eléctrico de sus brazos inspirará el capítulo sexto.
Se que si la entierro viva, eso nunca pasará.
La policía lleva días buscándome, los mismos que he sobrevivido bajo cero en el sótano y a media luz. Su cuerpo a mi lado, los sueños del otro. Quieren arrebatarme de lo único que me llena de vida, piensan que es un delito que me quiera quedar a su lado y no comprenden que yo no sé decirle adiós.
Voy leyéndole mis nuevas líneas, se que cuando logre dormir, ella me dará sus correcciones. Sin su aprobación, serán garabatos infantiles en un cuaderno de primaria.
Quisiera verla despertar para decirle que incluso, estoy aprendiendo a tocar el contrabajo.
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JUEVES 11 DE SEPTIEMBRE, 2008.
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