Como cada domingo, fui al súper. Siempre voy solo al súper…Ese día, al salir, literalmente me topé con el mismo viejo taxista que ya en otras ocasiones me había llevado a casa. Del súper a mi casa no hay una gran distancia. En el autobús hago un promedio de diez minutos si el tráfico así lo permite.
El taxista me ayudó a meter alguna que otra bolsa a la cajuela y me dijo que se acordaba de mí.
¿Usted vive en tal calle, verdad?, me preguntó, y yo le respondí que estaba en lo cierto. ¡Ah, sí!, dijo, desde que lo vi me acordé, y echó a andar el motor. Me habló del clima y de una borrachera y una cruda espantosas, según dijo, de fin de semana.
No, no: usted no conoce a mi esposa ni a mi cuñado. Les encanta el trago y son de carrera muy larga, me confesó secándose el sudor provocado por el bochorno. Pero a mí ya me hace daño, agregó.
Reparé en que cerca de la palanca de las velocidades traía un pequeño bat. Se dio cuenta de que lo vi y, sin que yo le preguntara nada, dijo: Ah, ese bat. Era de mi nieto. Se lo quité ¿sabe? Es mejor. Antes usaba sólo una varilla para defenderme.
Le respondí que yo lo veía bien, qué más podía decirle.
Y en eso volví a ver el bat. Era un bat de madera, compacto, sólido. Pensé que un golpe en la cabeza con él podría matar a cualquiera. Y parece que me leyó el pensamiento porque dijo: Ah, con esto sólo les doy en las piernas, en las costillas y en la espalda.
¿A quiénes se refiere usted?, pregunté.
¡Ah!, pos a los borrachos que se ponen necios y no me quieren pagar. Se rió y agregó: O a la gente que no quiere pagarme lo que le pido, no es necesario que anden borrachos, pero sí, los borrachos son los más necios, a esos sí me los chingo. Fíjese: Apenas hace unos días le di a uno que al llegar a su casa me dijo: ¿Ya te pagué, verdad? Y le dije: No te pases de listo, y antes de que reaccionara ya tenía un batazo en la espalda y otro en una costilla. Y me pagó, ¿qué le parece?
Noté que al taxista le temblaban involuntariamente las manos, además de que le seguía brotando el sudor como si estuviera en el sauna. En efecto: de seguro olía a alcohol incluso a diez metros de distancia.
¿Por acá vive usted, verdad?, me dijo mientras daba la vuelta hacia una calle que desemboca en el boulevard 5 de Mayo. Ya no le contesté, confiando en su memoria.
Se estacionó con toda propiedad y me ayudó a bajar algunas de las bolsas. Dijo: Servido, señor. Luego jugueteó con sus llaves y contempló el cielo.
Se va a nublar otra vez, dijo.
Abrí la puerta de la casa y le pregunté cuánto le debía.
Sólo dame sesenta pesitos.
¿Sesenta pesos? Pensé que la distancia del súper a mi casa no era tanta como para pagar esa cantidad de dinero. No repliqué y le extendí tres billetes de a veinte.
Preferí eso a que me rompieran las costillas…
La memoria de los días
JUAN GERARDO SAMPEDRO
CORRE, CONEJO. DIARIO DE REFLEXION, ZACATECAS. MAYO DE 2008. NUMERO 60.
-:-
VIERNES 3 DE OCTUBRE, 2008.
El taxista me ayudó a meter alguna que otra bolsa a la cajuela y me dijo que se acordaba de mí.
¿Usted vive en tal calle, verdad?, me preguntó, y yo le respondí que estaba en lo cierto. ¡Ah, sí!, dijo, desde que lo vi me acordé, y echó a andar el motor. Me habló del clima y de una borrachera y una cruda espantosas, según dijo, de fin de semana.
No, no: usted no conoce a mi esposa ni a mi cuñado. Les encanta el trago y son de carrera muy larga, me confesó secándose el sudor provocado por el bochorno. Pero a mí ya me hace daño, agregó.
Reparé en que cerca de la palanca de las velocidades traía un pequeño bat. Se dio cuenta de que lo vi y, sin que yo le preguntara nada, dijo: Ah, ese bat. Era de mi nieto. Se lo quité ¿sabe? Es mejor. Antes usaba sólo una varilla para defenderme.
Le respondí que yo lo veía bien, qué más podía decirle.
Y en eso volví a ver el bat. Era un bat de madera, compacto, sólido. Pensé que un golpe en la cabeza con él podría matar a cualquiera. Y parece que me leyó el pensamiento porque dijo: Ah, con esto sólo les doy en las piernas, en las costillas y en la espalda.
¿A quiénes se refiere usted?, pregunté.
¡Ah!, pos a los borrachos que se ponen necios y no me quieren pagar. Se rió y agregó: O a la gente que no quiere pagarme lo que le pido, no es necesario que anden borrachos, pero sí, los borrachos son los más necios, a esos sí me los chingo. Fíjese: Apenas hace unos días le di a uno que al llegar a su casa me dijo: ¿Ya te pagué, verdad? Y le dije: No te pases de listo, y antes de que reaccionara ya tenía un batazo en la espalda y otro en una costilla. Y me pagó, ¿qué le parece?
Noté que al taxista le temblaban involuntariamente las manos, además de que le seguía brotando el sudor como si estuviera en el sauna. En efecto: de seguro olía a alcohol incluso a diez metros de distancia.
¿Por acá vive usted, verdad?, me dijo mientras daba la vuelta hacia una calle que desemboca en el boulevard 5 de Mayo. Ya no le contesté, confiando en su memoria.
Se estacionó con toda propiedad y me ayudó a bajar algunas de las bolsas. Dijo: Servido, señor. Luego jugueteó con sus llaves y contempló el cielo.
Se va a nublar otra vez, dijo.
Abrí la puerta de la casa y le pregunté cuánto le debía.
Sólo dame sesenta pesitos.
¿Sesenta pesos? Pensé que la distancia del súper a mi casa no era tanta como para pagar esa cantidad de dinero. No repliqué y le extendí tres billetes de a veinte.
Preferí eso a que me rompieran las costillas…
La memoria de los días
JUAN GERARDO SAMPEDRO
CORRE, CONEJO. DIARIO DE REFLEXION, ZACATECAS. MAYO DE 2008. NUMERO 60.
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VIERNES 3 DE OCTUBRE, 2008.
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