[sobre] EL MATRIMONIO
Las mujeres no se casan hasta los doce años, y los hombres hasta los dieciséis. Si antes del matrimonio son sorprendidos en actos de deshonestidad son castigados gravemente y privados perpetuamente del matrimonio; a no ser que el Príncipe, movido de piedad, les perdone el yerro con un fuerte castigo, previendo que pocos se casarían voluntariamente con la obligación de cohabitar con una sola mujer y tolerar las molestias del matrimonio, si se les consintiera (aunque fuera una sola vez) el comunicarse con ésta o con aquélla. En la elección conyugal emplean un sistema que me pareció muy chocante, pero que ellos lo tienen por muy prudente. Una mujer mayor y de buena fama manifiesta a la doncella (o viuda) al futuro esposo completamente desnuda, y lo mismo hace un grave varón con el novio ante la novia. Al criticarles yo esta costumbre por parecerme impropia, me respondieron que ellos se maravillaban de la locura de la gente que cuando compran un caballo, que al fin y al cabo es cosa de poco precio, van con tanto cuidado que lo quieren ver sin la silla de montar, para cerciorarse de que debajo de ella no existe ninguna matadura; y cuando eligen esposa que puede dar solaz o fastidio durante toda la vida, son tan negligentes que se contentan con verla toda cubierta y envuelta, sin conocer más que su rostro, en el que todavía podría esconder algún defecto que después le descontentaría de haberla elegido.
No todos son tan prudentes que atienden principalmente a las costumbres, sino que aun entre los matrimonios más instituidos y cultos los atractivos del cuerpo hacen más gratos los del ánimo.
No hay duda de que existen imperfecciones que pueden esconderse debajo del vestido, y que pueden motivar que la mujer resulte odiosa al marido. Esto debe prevenirse por las leyes para que no haya lugar a engaño, ya que ellos entre las demás naciones hacen al matrimonio indisoluble, y no admiten el divorcio más que en caso de adulterio o por alguna otra intolerable molestia, o defecto. En tal caso, el Senado concede al inocente el derecho a volverse a casar, y el culpable queda infamado y privado del matrimonio por toda la vida. No quieren que la mujer que no ha delinquido sea repudiada contra su voluntad, aunque cayese en alguna calamidad accidental del cuerpo, por parecerles crueldad que se abandone a la persona cuando necesita consuelo, y porque la vejez, que lleva achaques consigo, sería desdeñada del consorte.
Algunas veces sucede que cada consorte encuentra con quien vivir más suavemente, y entones pueden los dos separarse y contraer nuevo matrimonio con permiso del Senado, que no admite el divorcio si primero no se conocen sus causas. A esto se accede con dificultad, para que nadie espera poder mudar de matrimonio fácilmente.
Castigan a los adúlteros con durísima esclavitud, y si ambos lo son, se les concede que se casen. Pero si el cónyuge ofendido ama tanto al ofensor que no quiere hacer divorcio, no le impiden que continúe en el matrimonio y comparta la esclavitud del condenado. Y muchas veces ha sucedido que el solicito sufrimiento del inocente ha obtenido la libertad del culpado.
Utopía.
Tomás Moro.
Tomás Moro.
Fragmento
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