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[ 2017 lectura lineal ] Diarios 1984 - 1989 - Sándor Márai [ #18 - 3er año ]



Lectura: Diarios 1984-1989
Hablamos de: diario
Autor: Sándor Márai
País: Hungría
Trama: diario personal del escritor Sándor Márai durante los últimos cinco años de su vida, en los que relata la agonía de su esposa y el duro camino que atravesó después de su muerte.

¿Qué nos dice?
Es una declaración de tristeza y hastío por una vida que le fue dejando atrás: narra la soledad que le provoca ver que las generaciones cambian y que él sigue exiliado, orgulloso y vacío. 

Temas que trata: literatura, amor, matrimonio, vejez, enfermedad, vacío, exilio, nostalgia, familia, política, reflexiones, agonía, muerte, ceguera, debilidad, suicidio, enfado, impotencia, depresión, soledad, autonomía, historia.

Dificultad de lectura: bajo. La cadencia de la historia va haciendo al lector cómplice de su pena y no hay forma de soltar el relato.

¿Qué se rescata?
La crudeza con la que se habla de la vida, el lado triste, el lado solitario, el lado que envejece.

¿Qué se pierde?
Nada. Es perfecto. Es real.

¿Qué sensación me deja?
Amor. Ilusión por un amor que fue perfecto incluso en la muerte. Tristeza por los abrazos que no pude darle porque tenía cuatro años cuando sucedió. Empatía, liberación. Se cree que el suicida es cobarde, cuando en realidad, ser quien decide sobre el final de la propia vida, es ser el más valiente.
Es uno de mis escritores favoritos porque te hace sentir realmente la impotencia por los temas que no se solucionan en la vida, por las veces que fracasas y por el amor no correspondido.

Personajes para recordar.

Sándor Márai: escritor húngaro que en la vejez piensa que la vida corre más rápido que en su juventud: todos los acontecimientos históricos le parecen ajenos. Lee cada noche y relee clásicos que le han acompañado a lo largo de la vida. Le gusta leer en voz alta para su esposa, con quien ha compartido más de sesenta años y a quien ve como la mujer más perfecta y hermosa.
La Segunda Guerra Mundial le cambia profundamente, pues recuerda cada tiempo los bombardeos, los saqueos, el exilio y la separación emocional de su patria, a la que nunca vuelve. Su ojo izquierdo empieza a cegar y le hace sentir inseguro. Recibe invitaciones de otros escritores húngaros para que regrese y colabore con la literatura del país, pero él comienza a aislarse de la profesión cuando su esposa enferma. Se resiste a la cortesía social, no sabe qué sentir ante la idea de que pronto no podrá valerse por sí mismo.
Sus memorias anteriores (1976-1983) fueron su último trabajo y se sentía orgulloso de haber vivido lo suficiente para verlas publicadas. Es testigo de cómo mueren escritores contemporáneos, familiares y amigos, y comienza a sentirse como un mueble que forma parte de la casa.
En febrero de 1985 muere su hermano Gábor, dejando un profundo vacío en su vida. Lo extraña por ser su más fiel lector y un hombre con quien era interesante discutir.
Cuando su esposa empeora, debe cargarla para llevarla a la habitación y cada vez le parece una tarea más pesada.
Su conciencia y amor por la vida van muriendo con ella. Ya no siente nostalgia ni deseo, comienza una existencia en la que sólo se deja llevar. Lo único que le da esperanza es poder morir junto con su esposa, que así como han hecho todo juntos en todos esos años también la muerte les deje vivir unidos ese momento. Desea con todas sus fuerzas que pase, lo implora en cada letra de un modo sumamente conmovedor. 
Cuando conoce a los ancianos compañeros de su esposa en el hospital de reposo, se deprime. Piensa que la muerte es sucia, lenta y denigrante. No quiere que su esposa se convierta en el mismo vegetal que ve todos los días en las camas contiguas.
Cuidar a su esposa en el hospital es una prueba de fortaleza que siente que pronto perderá. Inicia una guerra con los médicos, a quienes considera abusivos con los ancianos y sus debilidades. Compra un arma de fuego y asiste a unos cursos para saber usarla: no tiene instintos suicidas pero no quiere ser un vegetal sin decisión sobre su vida, y sabe que llegado el momento usarla será su
mejor opción. 
Tras la muerte de su esposa instaura con ella la dinámica del "teléfono rojo", que es una comunicación de palabras escuchadas y escritas durante sus sueños, en las que ella le cuenta que está bien y cómo es el cielo. Cada noche se aferra a que podrá hablar con ella de esta forma.
En 1986 limita su comunicación a las visitas esporádicas de su hijo adoptivo János y a la señora que le hace la limpieza dos veces por semana. Sale poco y le cuesta trabajo caminar, la gente le ayuda a cruzar la calle y le hace sentir más débil y necesitado de lo que realmente está.
Mueren los dos hermanos que aún sobrevivían, mueren más de sus amigos escritores y se siente cada vez más solo. Entiende que es incluso morboso sobrevivir a tantos.
Las editoriales le buscan para publicar sus obras completas, esperan preparar sus homenajes póstumos cuando todavía no ha muerto.
A inicios de 1989 se siente listo para morir.

L: diminutivo de Ilona Matzner, esposa de Márai. Comienza a quedarse ciega y a tropezar y caer dentro de casa, provocando miedo en su esposo, quien intensifica sus cuidados. Llevaba sesenta y dos años de casada, siendo el principal soporte del escritor.
En 1984 comienza a desmayarse sin motivo y rehúsa las operaciones sugeridas por el médico, por miedo a la anestesia. No se acostumbra a su ceguera y visita el hospital constantemente. La senilidad le ataca, apagando poco a poco su entusiasmo por la vida. Aunque su esposo busca maneras de hacerla sentir mejor, la enfermedad avanza y consideran la hospitalización permanente
en una casa de reposo para enfermos terminales. Sándor no cuenta con mucho dinero, sólo podría pagar año y medio de cuidados, pero lo hace con amor e intensa esperanza en que su esposa regrese a casa y sigan esperando la muerte juntos.
Para Sándor, es guapa hasta el último de sus días. La considera una parte de su cuerpo, una simbiosis perfecta, cree que no hay futuro sin ella. Su amor es inigualable, puro y sincero.
En la casa de reposo algunas veces reconoce a Márai y algunas no. Algunas veces aprieta su mano en señal de que comprende que está presente, y algunas no. Poco a poco se deteriora, se seca y marchita y la única frase que alcanza a repetir es "qué lento muero".
Le crece un bulto en el cuello que resulta ser cáncer en la garganta. No pueden mas que colocarle inyecciones que le mitiguen el dolor, pero no hay terapia que pueda ayudarla.
Muere el 4 de enero de 1986 cuando su esposo toma su mano y la enfermera le indica que ya no hay pulso. Sus cenizas se esparcen en el océano sin protocolos funerarios.
Durante años escribió diarios que Márai encuentra por toda la casa y que se dedica a leer en los siguientes años (son más de cien). Los considera cartas que ella le manda, una nueva forma de comunicarse y admirarla más.

János Babocsay: hijo adoptivo de Sándor e Ilona. Estaba con ellos desde los 4 años, y su padre le describe como un hombre honesto, trabajador y leal que nunca le dijo una mentira. Visitaba al escritor a menudo para ayudarle en sus tareas domésticas y esperar que no se sintiera solo. Había logrado establecerse de forma positiva en Estados Unidos y formar una familia con tres niñas pequeñas como hijas. Murió sorpresivamente una mañana cualquiera, a los 46 años de edad por una trombosis. Era apreciado en su trabajo, razón por la que más de cien personas asistieron a sus funerales.


Retacitos para el librero

Antes de Gutenberg, el conocimiento en todas sus acepciones entrañaba un gran sacrificio, pues había que buscar incansablemente la materia que se deseaba aprender. En cambio, hoy en día la
erudición ha dejado de representar un sacrificio; si uno no lo sabe todo acerca de lo que habla, es por simple pereza. La auténtica virtud reside en ofrecer algo nuevo y original a partir de estos conocimientos previos. Los tomos de las enciclopedias son ladrillos que tanto pueden servir para levantar presidios como catedrales. Ya no es difícil saber, pero crear algo nuevo a partir de los datos sigue siendo tan arduo hoy como lo ha sido siempre.
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Por la noche leo para L las plagas de Egipto. El sadismo de la historia sagrada es crudo y abierto, inclemente. El Señor «endurece» el corazón del faraón para que retenga a los judíos en Egipto, pero ¿por qué? De la misma manera podría inclinarlo a la misericordia, ya que está en su mano hacerlo. Plagas, tinieblas, peste, langostas, moscas, granizo… todo podría evitarse si el Señor, por el bien del pueblo elegido, decidiera actuar con medios pacíficos, sin masacrar y castigar al pueblo egipcio. Sin embargo, lo masacra y castiga hasta la séptima generación, tras «endurecer» el
corazón del faraón una y otra vez… Este Dios judío es bien extraño.
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Lincoln dijo que cumplidos los cuarenta cada hombre es responsable de su cara. En un sentido existencial eso es cierto: el hombre no es el que nace, sino el que se hace. Sin embargo, a los ochenta, uno ya no es responsable de sus facciones: la personalidad y la conciencia discurren ajenas a las fuerzas que las conforman.
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Somos coetáneos del tiempo que nos toca vivir.
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«La indiferencia de cada día, dámela hoy…»
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Carta desde Budapest de mi hermano menor Gábor. Su mujer, Tuci —que era profesora de piano, alumna de Bartók—, ha fallecido inesperadamente. Para los supervivientes, «la muerte inesperada» es como un insulto. Protestan indignados como si dijeran ¡qué indiscreción!
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La hipótesis, anunciada de cuando en cuando por los investigadores de Shakespeare, de que el poeta era católico, no se sustenta en su obra, que no muestra ni rastro de escatología. En cambio, el infierno sí aparece en ella, el infierno en la tierra. Según el Bardo, el infierno no se esconde en las entrañas del mundo, sino en la superficie, en la casa, en el oficio, en la sociedad, en el hombre. El hombre no es la «camada del infierno», como reza el refrán, sino quien lo genera.
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«Ya que no puedo decírselo a nadie / se lo diré a todos». Si uno no tiene a quien contar algo, es mejor callar. Parece lo más conveniente, aunque debamos silenciarnos nosotros mismos.
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Cuando uno escribe en una lengua extranjera puede expresar ideas, pero «escribir», es decir, crear, sólo puede hacerlo en su idioma materno. Todo esto no era un secreto para mí cuando hace treinta y seis años me marché de Hungría: llegara adonde llegase, sería escritor húngaro.
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Juhász sabía que la poesía se halla en la materia del mundo, en todos sus prodigios, como la
estatua en el mármol; sólo falta revelar la forma.
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«Muerte, acéptame como hijo tuyo» (Kosztolányi). Sería mejor así: «Muerte, te acepto como padre».
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Nacer no es una experiencia, porque es accidental: nos pasa sin más, involuntariamente. La muerte sí constituye una experiencia, puesto que nos sobreviene contra nuestra voluntad.
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Quien sigue en este mundo después de cumplir los ochenta se limita a llevar una existencia vegetativa, no una auténtica vida; a estas edades ya no se vive por algo, simplemente se vive.
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El ojo, los oídos, todo comienza a darme problemas. Al final los viejos no son ni oídos ni ojos.
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Como dijo István Bethlen en un discurso parlamentario, dirigiéndose a los fascistas: «Señores, ustedes creen que van hacia la derecha, pero en realidad están andando en círculo; de hecho llevan tanto tiempo caminando hacia la derecha que no tardarán en llegar a la extrema 
izquierda». El comunismo es una tragedia, pero el enemigo real son siempre los hipócritas mezquinos, disfrazados de «nacionalistas»: la derecha.
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La mala intención de la gente parece más tranquilizadora que aterradora: es bueno saber esa verdad inconmovible de que el hombre es capaz de todo tipo de maldades.
En eso no hay sorpresas.
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En el océano se encuentra todo, hasta la patria.
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La ira es una emoción humillante indigna del hombre.
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La muerte comienza cuando empieza a parecerte una contingencia no tan imposible.
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La crueldad es el punto de encuentro en que la humanidad actúa en armonía.
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Casi nunca vuelvo a abrir mis libros publicados hace tiempo, pero hoy estaba buscando algo en Diarios 1943-1944 y en un momento determinado leí las siguientes líneas: «He vivido cuarenta y tres años. ¿Y si me queda lo mismo por vivir? ¿Llegaré a los ochenta y seis? ¿Seré más sabio? ¿Más feliz? ¿Habré resuelto mis dudas sobre Dios, sobre la gente, sobre la naturaleza y lo sobrenatural? No creo: la experiencia requiere tiempo; sin embargo, el tiempo —más allá de cierto conocimiento— no ofrece una experiencia más profunda. Simplemente seré mayor, ni más ni menos». Las líneas de 1943, cuando el libro fue impreso, resuenan con un timbre extraño
ahora que las leo, en 1985. La hipótesis casi se ha cumplido: sólo me falta un año para cumplir los ochenta y seis. Y resulta que no soy más sabio. Más bien intento retener a duras penas lo que sabía hace cuarenta y tres años, pero desde entonces lo voy perdiendo, se me olvida.
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Tiene que ser muy bonito morir sano.
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La vejez se enfada con el frío como si fuera una ofensa, un mero accidente.
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Para Schopenhauer, los «bípedos» —excepto él mismo y tal vez Kant— eran parásitos mezquinos, bestiales, codiciosos e ignorantes. Y la gran mayoría sin duda lo es. Sin embargo, parece olvidar que no es la mayoría la que cuenta, sino siempre y en todos los tiempos aquellos pocos que son diferentes.
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Una persona enamorada no escribe poemas, y si lo hace desde luego no serán buenos. El poeta más bien está enamorado del poema que escribe sobre el amor.
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Ancianos en sillas de ruedas, atados con una correa por la cintura, caídos hacia delante, con la lengua fuera. La gran prueba de la vida no es la muerte, sino el morir. Sin embargo, hay algo obsceno en la enfermedad y la muerte. El reverso de lo corporal es lascivo y abominable.
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Está muy guapa, la belleza del óbito es más convincente que la de la juventud, es la belleza victoriosa de la plenitud femenina.
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Para ella ya no existe tiempo, día, noche, tarde, mañana. Interiormente lanzo una súplica irracional e incomprensible para que caiga un rayo cósmico y reestablezca el equilibrio de su mente, después el cuerpo se recupere, pueda volver a casa y así muramos juntos. Soy muy desgraciado. Ya no me ayuda el razonamiento de que se nos haya terminado la vida. Ha sido un ser maravilloso, la mujer completa, el compendio de todo lo humano,  de las virtudes femeninas, el sentido de mi vida, y sigue siéndolo. Si se va, ya nada tendrá sentido.
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El «duelo», el verdadero luto es discreto y sigiloso. Las demás demostraciones me resultan sospechosas: tal vez lo que causa pena en el doliente no es el fallecido, sino él mismo. Exhibe su dolor de manera perfecta y en voz alta. Como en el sur de Italia, donde los dolientes velan durante varios días al difunto, y cuando llega un visitante automáticamente comienzan a gemir y golpearse el pecho.
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La furia. Nada de enternecerse, de meditar. Sólo la furia. A veces bramar de pura rabia. Porque ha muerto. Enfurecido con el médico porque no pudo ayudarla. Enfurecido con Dios (si existe) porque tampoco la asistió, y enfurecido con Dios (si no existe) porque no existe cuando se necesita su intervención. Enfurecido con la gente porque no la ayudó. Enfurecido conmigo mismo porque no fui capaz de hacer algo más. Enfurecido con ella porque murió.
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Los instantes de compasión y de placer, dos umbrales ante los que la bestia sanguinaria se detiene
brevemente. La compasión no es amor, pues este último sentimiento puede esconder un egoísmo solapado: la compasión no exige correspondencia, no juzga. Es sencillamente piadosa, incondicional, momentánea, aunque quien la recibe no la «merezca». Y el placer. El placer físico, esa llama que consume todo egoísmo.
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Dos momentos míticos de la existencia: cuando en el óvulo fecundado empieza a manifestarse la vida, esa energía terrible e inabarcable, y cuando esa misma energía deja de activar las células, entregando el testigo a esa otra fuerza terrible e inabarcable, la muerte. Ésta es la realidad, todo lo demás son ilusiones triviales, repugnantes.
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Hay algo impertinente en vivir más de la cuenta. Es como cuando los anfitriones intercambian una mirada disimulada preguntándose cuándo se marcharán los invitados.
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Sus movimientos eran una sinfonía silenciosa. Su voz olía a flores.
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Un verso de Shakespeare: «¿Quién sabe los horribles sueños que pueden azorar en el sepulcro al infeliz?…» En realidad los horribles sueños te azoran ya en vida. A veces tengo miedo de dormirme.
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La vejez. El viejo tiene que decidir cómo gestionar la soledad. ¿Qué es más adecuado: ser solitario a solas o vivir solo en compañía? Hace más de un año que vivo en la soledad solitaria. No es fácil, tampoco lo considero auténtica «vida», pero es más tolerable que la soledad acompañada.
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Todavía no saben que el viejo prefiere la soledad porque es lo único que no le aburre.


** Escenas Inolvidables **
Cuando lo leas, no te las pierdas.

La nota final (la nota al pie, no solo el verso, porque en esta información engloba su vida).


Contigo aprendí:
Palabras aprendidas con esta lectura:

1.- anamnesis
Conjunto de datos que se recogen en la historia clínica de un paciente con un objetivo diagnóstico.

2.- antropomorfo
Que tiene forma o apariencia humana.

3.- acendrar
Eliminar cualquier imperfección o defecto del carácter de una persona o de una cosa.

4.- caprípedo
De pies de cabra.

5.- epítome
Resumen de una obra extensa en el que se exponen las ideas o las nociones fundamentales del tema que trata esta.

6.- finisecular
Del fin de un siglo o relacionado con él.

7.- flojedad
Debilidad o falta de fuerza física / Negligencia o descuido con que se hace algo.

8.- halitosis
Fetidez del aliento.

9.- intelección
Acción o efecto de entender o concebir.

10.- oniromancia
Procedimiento adivinatorio que consiste en predecir el futuro por medio de la interpretación de los sueños.

11.- subvertir
Trastornar algo o hacer que deje de tener el orden normal o característico, especialmente en sentido moral o espiritual.


Ficha técnica.
Año: 1997
Género: biografía, autobiografía
¿Real o irreal?: es la historia real del autor en la última etapa de su vida.

*¿QUÉ PREMIO HAY?* 

Sándor Márai ganó el premio Kossuth en 1989, premio estatal que se creó en 1948 por la Asamblea Nacional de Hungría y que se entrega cada 15 de marzo (conmemoración de la revolución húngara) para galardonar a personajes sobresalientes en la ciencia, la cultura y las artes, o la construcción general del socialismo. Actualmente es el premio más importante en Hungría y es entregado por manos presidenciales.

Escribe...

Sándor Márai nació en Košice (hoy Eslovaquia) el 11 de abril de 1900. Fue un novelista y periodista húngaro de gran trascendencia.
Fue parte de una familia adinerada que le internó en un colegio religioso luego de diversas ocasiones en que se fugó de casa. 
Estudió periodismo en Leipzig, aunque abandonó la carrera. Se dedicó a viajar por toda Europa. En la década de 1930 empezó a tener éxito como escritor y sus obras comenzaron a traducirse a diversos idiomas. Escribió en contra del nazismo y se declaró antifascista, situación que le colocó en peligro pues el tema era tenso para Hungría en esos momentos. Cuando llegaron la ocupación soviética y el régimen comunista abandonó su país (1948) y se fue a Estados Unidos, concretamente a Nueva York. Años más tarde recibiría la nacionalidad estadounidense. Su obra fue prohibida en Hungría gracias a los comunistas, lo que hizo que el autor se olvidara poco a poco. En 1989 se suicida con un arma de fuego que había comprado específicamente para ello. Tres años
antes, murió su esposa Ilona. 
Márai escribió poesía, teatro, ensayo y crítica literaria, incluyendo opiniones sobre las obras de Franz Kafka. También escribió sobre la Hungría de la Primera Guerra Mundial.

Obra representativa:

El último encuentro, 1942.



“Los amores sin esperanza no terminan nunca”. 



Lee conmigo en: http://assets.espapdf.com/b/Sandor%20Marai/Diarios%201984-1989%20(4120)/Diarios%201984-1989%20-%20Sandor%20Marai.pdf




[PosData]
En La Vida Real:

[ Sándor y su esposa Ilona ]


[ Márai y su hijo János en 1986 ]


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