Solamente alguien que vivió en carne propia la lenta agonía del exilio podría describir con tal mezcla de crudeza y desdén lo que se siente estar en el medio de una guerra. Y hay a quienes nos gusta encontrar en ese sentimiento la inspiración para valorar nuestros días...
Esta obra me recordó muchísimo El tambor de hojalata, y me hizo considerar que la precocidad en los niños post-guerra fue posible. Después de todo, vivieron una infancia desatada de adultez.
Claus y Lucas son dos gemelos idénticos que no pueden estar separados ni un instante: les falta el aire, pierden el equilibrio, se les nubla la mente. Sus primeros años transcurren durante la Segunda Guerra Mundial en Hungría, que es donde se inicia la historia: su madre, desesperada por no poder mantenerlos, decide dejarlos al cuidado de la abuela, una madre a la que dejó en el olvido cuando murió su padre, a quien supuestamente la abuela envenenó... A pesar de ser una madre amorosa y de tener intenciones nobles, pasa a un segundo plano en la vida de los niños. Su padre, otra figura ausente, aparece hacia el final de la historia como un condenado de guerra, un periodista que fue capturado y torturado y que ve en sus gemelos la única esperanza de salir del país.
La abuela es un personaje peculiar: sucia, lépera y abandonada por la sociedad, en un principio rechaza a los niños por el resentimiento que guarda por el abandono de su hija, pero con el tiempo se va dando cuenta que los gemelos heredaron más de ella de lo que podía imaginar, y se convierten en su herramienta de supervivencia. Renta una habitación a un ordenanza, quien se hace amigo de los gemelos y les presenta a su oficial, y ambos adultos se convierten en los primeros amigos de los niños, a los que enseñan la crudeza de la vida adulta.
Los gemelos estudian por su cuenta para no perder el ritmo: leen, escriben, memorizan, hacen cuentas y conocen sobre religión, historia y la guerra. También tienen otra peculiar amiga a la que llaman Cara de Liebre, es hija de la vecina de la abuela y es tratada como la loca del pueblo: ojos llenos de lagañas infecciosas, labio leporino, costras en la cara, cabellos enmarañados y dientes negruzcos. Debe robar y mendigar para sobrevivir, viviendo del dolor de no ser amada por nadie, más que por los animales, con quienes mantiene relaciones sexuales de vez en cuando. Los gemelos se convierten en una protección para ella. Otra mujer que les desea y les incita es la criada del cura, quien llega a reemplazar a su tía por una temporada y se dedica a bañar, curar, peinar, masturbar y alimentar a los niños hasta que encuentra una mejor distracción. Los gemelos fingen tenerle aprecio, mismo que pierden cuando notan la reacción que tiene con los capturados de guerra.
Estos gemelos se convierten en personas frías, carentes de moral, que son capaces de matar o mentir sin ningún remordimiento, y lo logran a través de peculiares ejercicios de supervivencia con golpes, hambruna, inmovilidad, ensayos de ceguera y sordera, y todo aquel comportamiento que pueda servirles para sobrevivir de la guerra, convirtiéndose en grandes negociantes como su abuela.
Es una novela para ser apreciada por aquel público que no tiene prejuicios, que no ve con sentimentalismos la infancia y que puede tolerar que se cometa cualquier barbarie a cambio de permanecer con vida. Es un libro que duele, que da desesperanza, porque si bien es verdad que los gemelos se sobreponen a las adversidades como todos unos adultos, el espectador sabe que su infancia les fue arrebatada con dolor, un dolor que ellos no aceptan ni ven, pero que la autora deja palpable en cada una de sus acciones.
Su primera publicación fue en 1986. Su éxito fue tal que fue traducido a 30 idiomas. Cuenta también con una adaptación cinematográfica creada en 2013 por el director húngaro János Szász, quien ganó el premio del Festival Internacional Karlovy Vary.
Este libro es la primera parte de una trilogía. Me ha gustado e intrigado tanto, que esta semana no habrá rifa de libro, me voy directamente a conocer la segunda parte, llamada La Prueba.
Agota Kristof, la maravillosa autora, nació en Hungría el 30 de octubre de 1935. A los 21 años debe exiliarse a causa de la Revolución Húngara, y se va con su esposo y su pequeña hija a un pueblo de habla francesa llamado Neuchâtel, en Suiza. Allí tuvo que aprender el idioma para ayudar a su hija en sus tareas, ya que se consideraba una completa analfabeta tras haber dejado atrás todo lo que conocía, incluyendo su lengua materna. (Analfabeta es el nombre de la novela autobiográfica en la que hablaría de esa separación de su propia identidad).
Escribió poesía y teatro, y fue nominada al Premio Príncipe de Asturias de las letras en 2009, mismo que no ganó, pero que se compensó con el reconocimiento Premio Kossuth, conocida como la más alta distinción artística de Hungría en 2010.
Murió a los 75 años, el 27 de julio de 2011.
Escribió poesía y teatro, y fue nominada al Premio Príncipe de Asturias de las letras en 2009, mismo que no ganó, pero que se compensó con el reconocimiento Premio Kossuth, conocida como la más alta distinción artística de Hungría en 2010.
Murió a los 75 años, el 27 de julio de 2011.
[¿Una probadita?]
xxx
Para
decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: la
redacción debe ser verdadera.
Debemos
escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por
ejemplo, está prohibido escribir: «la abuela se parece a una bruja». Pero sí
está permitido escribir: «la gente llama a la abuela "la Bruja"».
Está prohibido escribir: «el pueblo
es
bonito», porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras
personas [...] Escribiremos: «comemos muchas
nueces»,
y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra
segura, carece de precisión y de
objetividad.
«Nos gustan las nueces» y «nos gusta nuestra madre» no puede querer decir lo
mismo. La primera
fórmula
designa un gusto agradable en la
boca,
y la segunda, un sentimiento.
…
Nuestra madre nos
decía:
—¡Queridos míos!
¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeñines adorados!
Cuando nos acordamos
de esas palabras, los ojos se nos llenan de lágrimas. Esas palabras las tenemos
que
olvidar, porque
ahora ya nadie nos dice palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos
es una carga
demasiado pesada
para soportarla. Entonces volvemos a empezar nuestro ejercicio de otra manera.
Decimos:
—¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! Yo os quiero... No os
abandonaré nunca... Sólo os querré a vosotros...
Siempre... Sois toda mi vida...
A fuerza de repetirlas, las palabras van perdiendo
poco a poco su significado, y el dolor que llevan
consigo se atenúa.
…
Un hombre dice:
—Tú, cierra el pico.
Las mujeres no
han visto nada de la
guerra.
La mujer dice:
—¿Que no hemos visto
nada?
¡Imbécil! Nosotras
hacemos todo el
trabajo, tenemos
todas las
preocupaciones:
alimentar a los niños,
cuidar a los
heridos... Vosotros, una vez
acaba la guerra,
sois todos unos héroes.
Muertos: héroes.
Supervivientes:
héroes. Mutilados:
héroes. Y por eso
habéis inventado la
guerra vosotros, los
hombres. Es vuestra
guerra. Vosotros la
habéis querido;
¡hacedla pues, héroes de
mierda!
…
Ha muerto feliz,
follada
hasta la muerte.
¡Pero yo no estoy
muerta! Me he
quedado aquí echada sin
comer, sin beber, yo
no sé desde hace
cuánto tiempo. Y la
muerte no viene.
Cuando la llamas,
nunca viene. Se
divierte
torturándonos. Yo la llamo
desde hace años y
ella me ignora.
¿Por qué no obtienes tus propias conclusiones? Puedes descargarte el libro aquí:
https://www.lectulandia.com/book/el-gran-cuaderno/
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