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[ 2020 lectura lineal ] Viaje al fin de la noche - Louis-Ferdinand Céline [ #2 - 6to año ]




Lectura: viaje al fin de la noche
Hablamos de: novela
Autor: Louis-Ferdinand Céline
País: Francia
Trama: la alocada y divertida vida de un joven enrolado en el ejército durante la Primera Guerra Mundial. Se retira de la misma porque descubre que le asquea matar alemanes, cuando no tiene nada en contra de ellos, así que comienza su camino hacia Estados Unidos, un camino lleno de rebotes, enfermedad y revelaciones sobre lo que significa dejar de ser un niño en una sociedad que sufre las pérdidas de la guerra.

[¿A QUÉ PÚBLICO SE LE RECOMIENDA ESTA LECTURA?]
Me gustaría recomendarla para adultos, por la complejidad de la narración y porque vuela mucho entre eventos, causando confusión.

¿Qué nos dice?
La desesperación de un joven que debe conocer la vida a través de la muerte y la desgracia, haciéndose hombre mientras va en el camino. Cómo es que se forja el carácter a través de lo que vamos pasando.

Temas que trata: milicia, Primera Guerra Mundial, arrepentimiento, rechazo social, incapacidad, locura, viajes, Colonias Francesas, enfermedad, aventura, esclavitud, pobreza extrema, hurto, vida americana, vida obrera, explotación laboral, amistad, enemistad, estafa, prostitución, amor, medicina, abortos clandestinos, avaricia, asesinato, castigo, obsesión, competencia, angustia, incertidumbre, aceptación.

Dificultad de lectura:medio-alto. ¡Ocurren demasiadas cosas! No es fácil relacionarte con todos sus personajes.

¿Qué se rescata?
Es divertida. Es hilarante. Es una muestra de cómo queremos que las cosas salgan de un modo, y salen de otro, pero aún así buscamos cómo superar cada situación, sintiéndonos cómodos con nosotros mismos.

¿Qué se pierde?
Siento que hay muchos detalles que no eran tan necesarios de contar, y que hicieron la obra un tanto tediosa.

¿Qué sensación me deja?
Me gustó, pero tardé tanto en terminarla, que siento más el alivio de haber llegado al final, que la recompensa emotiva que representa. Creo que me quedé un poco a medias, tiene un final que pudo dar para más.

Personajes para recordar

Ferdinand: joven que se alista como soldado para ir a la Primera Guerra Mundial porque le parece divertido, y cae en la fiebre del momento, en la que el resto de sus amigos lo hacen, pero pronto se da cuenta que el campo fangoso le deprime, y que no le gusta matar alemanes contra los que no tiene nada. Se asquea de las balas, los cuerpos quemados y la soledad, y alega locura para ser trasferido a una unidad de cuidados especiales. Conoce a Lola, una tierna enfermera que le trata con amor por su medalla de valentía, pero que sólo espera que regrese al campo porque los hombres deben ser valientes y demostrarlo en sus acciones. Se decepciona de Francia, y desea llegar a la prometedora América, por inspiración de Lola, que era estadounidense. Conoce a Musyne, una hermosa músico a quien quiere cautivar, pero su hermosura es tan atrayente, que termina volviéndolo un poseso de su amor. Abandonado por las mujeres y el ejército, se embarca hacia África en una vieja embarcación donde los tripulantes le creían un chulo drogadicto, y le trataban mal. En África se arrepiente de su decisión: el calor vuelve a los negros malhumorados y ladrones. Las pulgas y termitas terminan con todo, y les causan cóleras que los mantienen siempre en cama: no hay agua potable, en su consultorio hay serpientes, ratas, escorpiones y murciélagos, pero trataba de tomarse las cosas con humor, y hasta hacía competencias de fiebre con sus pacientes negros. Se limpiaban con periódicos, porque nunca había papel sanitario, y las ladillas eran pan de cada día por la prostitución a la que sometían a todas las mujeres. Se da cuenta de los problemas de la población, como la desaparición de carreteras por el crecimiento excesivo de la maleza. Sólo habían conservas enlatadas para comer, y de noche los negros aullaban de locura, además de que había que acostumbrarse a las risas de las hienas. Ferdinand piensa que es peor que la guerra, aunque sus superiores lo contradicen. Su único amigo es Robinson, un reservista que conoce en la guerra (y que también quiere huir de ella). Lo reencuentra en África, y genera una especie de obsesiva esperanza con él, tratando de seguir sus pasos. Tratando de huir, enferma y los negros lo venden como esclavo a un barco con rumbo a Estados Unidos. Al llegar a Nueva York, trabaja esculcando pulgas en los inmigrantes. Piensa buscar a Lola, a la que piensa millonaria, para que lo ayude en su precaria situación. Toma el cine como pasatiempo para luchar contra la mediocridad de la pobreza. Se va a Detroit, donde tampoco sale campante de un par de empleos. Conoce a Molly, una prostituta que le quiere con sinceridad, pero que se da cuenta de lo mucho que le hace falta madurar. Se siente triste, vacío, errante, nada le emociona y no sabe qué hará con su vida. Vuelve a Francia a terminar sus estudios y pone un consultorio en una zona tan pobre de Francia, que nadie quiere pagar los servicios de un médico. Comienza a tener enormes deudas, que se da cuenta que sólo podría pagar si se dedicara a hacer abortos clandestinos. Se encariña con sus pacientes Bébert, y la anciana Henrouille, porque le saca conversación en un barrio donde todos lo toman de tonto. Robinson reaparece, pero quiere alejarse de él y atiende un dispensario para tuberculosos. Conoce a Madelon, y tiene amoríos con ella. Se siente responsable por cuidar a Robinson tras su accidente con petardos. Se reencuentra con un viejo maestro de universidad, Parapine, que lo invita a trabajar en un manicomio, donde llega a ser el encargado principal. Se da cuenta que la vida continúa, que él continúa, que todo debe fluir, y que no debe huir de cada sitio al que llega.

Robinson León: reservista durante la Primera Guerra Mundial. Conoce a Ferdinand cuando los dos están huyendo a una aldea cercana, donde los alemanes ya no van. Se quedó solo cuando a su ejército lo derribaron. Vuelve a verlo en París, donde ríen y gozan, y comienzan a tomar los mismos caminos sin estar conscientes de ello. En Estados Unidos es limpiador, y se lastima los pulmones con el olor de los químicos. Vuelve a Francia, cada vez más enfermo, y acepta ser chalán para los Henrouille, está desesperado por sobrevivir y prosperar, como Ferdinand. Tiene un fuerte accidente donde queda incapacitado por un tiempo. Se encarga de unas catacumbas donde la gente paga por ir a ver a las momias. Se enamora de la hija de la vendedora de velas de la iglesia, están comprometidos. Es cursi con ella, y le cree que es virgen y que lo espera. Le hace caso en todo, convirtiéndose en su pelele. Es un alma libre, aventurera y solitaria, que después de un tiempo se estanca y quiere algo más. Se enfrenta a la violencia de su prometida, que le causa el mayor de los dramas. Es un amigo fiel de Ferdinand, por más trabas que se encuentran en el camino.

Lola: enfermera estadounidense que conoce a Ferdinand durante su convalecencia. Aunque es bella y asediada por los demás militares, le es fiel a Ferdinand porque se enamora de su ternura y pasión. Le gustan los largos paseos, en los que escucha historias de guerra y considera a Ferdinand como un héroe. Las mujeres de su época tienden a enamorarse de la imagen falsa y valerosa de un soldado. Se decepciona cuando se da cuenta de que Ferdinand quiere desertar y hacer una nueva vida. Su nueva posición económica lo pone por encima de él, y les hará asquearse el uno del otro, y de su pasado.

Musyne: chica que toca el violín y que conoce a Ferdinand en su estancia parisina por incapacidad. Dulce y bella, atrae la atención de cada hombre que conoce. Piensa que Ferdinand sabe más que cualquiera en el mundo, pero pronto se dará cuenta que no está preparado para seguirla en su desarrollo artístico.

Molly: mujer rubia que trabaja en un burdel en Detroit, donde conoce a Ferdinand. Llega a conocerlo más allá del sexo, y le tiene compasión. Con ternura le pide que salga de su vida de obrero y busque sus verdaderas pasiones. Le propone juntar sus pesos para hacer una nueva vida juntos, pero al igual que Musyne, se dará cuenta de lo inestable que es, y de que no vale la pena hacer un gran esfuerzo.

Bébert: niño vecino del barrio donde Ferdinand pone su consultorio médico. Enfermo de pulgas y con tos permanente por el polvo, le gusta estar cerca de él y aprender de sus historias. Es cuidado por su tía, que está preocupada por su obsesión con la masturbación. La tía le consigue pacientes a Ferdinand, a cambio de una comisión (claro está). Aunque no le gustaba atender niños, llega a encariñarse con él y a obsesionarse con ayudarlo cuando enferma de tifoidea, y gracias a esta preocupación es que de nuevo se acerca a su profesor Parapine.

Familia Henrouille: compuesta por la abuela, el hijo y la nuera. Hijo y nuera son tacaños en exceso, se preocupan por el dinero que invirtieron en un hotel y ahora no quieren gastar ni un centavo más. El hijo siempre lleva la presión alta por las preocupaciones, pero su verdadero objetivo es que Ferdinand declare indispuesta a la abuela y la mande a un asilo, para que ellos puedan disponer de su cuarto. La abuela era avara, encerrada en su pieza, sin dejar que nadie entre por miedo a que le roben. Lleva tanto tiempo sin salir, que a veces piensan que está muerta. Es amenazada de muerte, y la adrenalina que le da descubrirlo, la hace salir de casa, alegrarse, y acercarse a Ferdinand. Buscará la venganza, y en ello se irán los días de su vida.

Parapine: antiguo maestro de Ferdinand en la facultad. Se reencuentran cuando le pide ayuda para curar la tifoidea de Bébert. Es soberbio y solitario, compitiendo todo el tiempo con sus colegas científicos. Acosa a las estudiantes que salen del colegio, y es despedido de un laboratorio por ello. Es encargado de los electroshocks en un manicomio, y ahí comprende más la vida y dificultades de Ferdinand.

Madelon: hija de la vendedora de velas de la iglesia. Se enamora de Robinson cuando llega a ser su vecino. Con amor y dulzura lo va guiando en su discapacidad. Tiene amoríos secretos con Ferdinand, causando un triángulo amoroso secreto en la historia. Veinte años, poca estatura, cuerpo menudito, y "senos pequeños y agradables". No le gusta que Ferdinand genere tanta influencia en su prometido, por lo que tratará de separarlos. Se siente ofendida cuando Ferdinand la humilla, y se dedica a hacerles la vida imposible con sus celos, caprichos y obsesiones, pues llega a exigir con insultos y excentricidades, que Robinson se quede a su lado, cuando ve que el interés de él decae sin razón.

Baryton: jefe del manicomio donde Ferdinand y Parapine trabajan. Le gustan las historias de viajes de Ferdinand, encontrando en ellas la esperanza para salir a hacer sus propios viajes. Desconfía de Parapine, generando momentos incómodos en el trabajo. No le gustaban las familias de sus pacientes, que le exigían mucho. Ya no confía en la juventud, así que pide clases de inglés a Ferdinand y emprende sus propios viajes.

Retacitos para el librero

         «¡Tienes              razón,   Arthur! ¡En         eso        tienes   razón!   Rencorosos        y             dóciles, violados, robados,                destripados,      y             gilipollas              siempre.              ¡Como  nosotros             eran!     ¡Ni          que        lo                digas! ¡No           cambiamos!       Ni           de          calcetines,          ni            de          amos,   ni            de                opiniones,          o             tan         tarde,   que        no vale la            pena.    Hemos nacido  fieles,    ¡ya         es                que        reventamos       de          fidelidad!            Soldados             sin paga,              héroes para       todo      el                mundo, monosabios,      palabras              dolientes,           somos  los          favoritos del      Rey        Miseria.                ¡Nos      tiene     en          sus         manos! Cuando nos         portamos            mal,       aprieta… Tenemos          sus                dedos   en           torno    al            cuello,  siempre,              cosa       que        molesta               para       hablar;  hemos de          estar     atentos,               si             queremos          comer…               Por         una        cosita    de           nada,    te                estrangula…       Eso         no es     vida…»
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¡Cómo  cambia uno!      Era         un          niño       entonces             y             aquella cárcel    me         daba miedo.      Es                que        aún        no          conocía a             los          hombres.            No          volveré a             creer     nunca   lo                que        dicen, lo               que        piensan.              De          los          hombres,            y             de           ellos      sólo,                es           de           quien    hay        que        tener    miedo, siempre.
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Cuando se           carece   de          imaginación,      morir     es           cosa       de          nada;    cuando se           tiene,    morir                es cosa seria.
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                En           ese         oficio     de          dejarse matar,  no           hay        que        ser         exigente,            hay        que                hacer    como     si             la            vida       siguiera,               eso        es           lo            más duro,           esa                mentira.
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La           fatiga    me         hace      parecer así;         cansados             todos    nos        parecemos         un           poco.
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El alma es la vanidad y el placer del cuerpo, mientras goza de buena salud, pero es también el deseo de salir de él, en cuanto se pone enfermo o las cosas salen mal. De las dos posturas, adoptas la que te resulta más agradable en el momento, ¡y se acabó!
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Y también la melancolía de las cosas de moda en el pasado la emocionaba. Cada cual llora a su modo el tiempo que pasa. Por las modas muertas advertía Lola el paso de los años.
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«¿Es      verdad que        te           has         vuelto   loco,      Ferdinand?»,     me         preguntó. «¡Sí!»,             confesé. «Entonces,         ¿te         van        a             curar     aquí?» «No        se           puede  curar     el            miedo,  Lola.»
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¡sobre  todo      no           quiero  que        me         incineren!           Me         gustaría               que        me         dejaran en                la tierra,               pudriéndome   en          el            cementerio,       tranquilo,            ahí,        listo        para       revivir                tal           vez… ¡Nunca      se           sabe!    Mientras             que,      si             me         incineraran,        Lola,                compréndelo,   todo      habría
terminado,         para       siempre…           Un          esqueleto,          pese      a             todo,     se           parece  un          poco                a             un hombre…      Está       siempre               más        listo       para       revivir   que        unas      cenizas…                Con        las           cenizas, ¡se acabó!…       ¿Qué     te            parece?…
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Es           más       difícil      renunciar            al            amor     que        a             la            vida.      Pasa      uno        la            vida                matando             o             adorando, en    este       mundo, y             al            mismo  tiempo. «¡Te       odio!     ¡Te                adoro!»               Nos        defendemos,    nos mantenemos,           volvemos            a             pasar     la            vida                al            bípedo  del         siglo       próximo,             con         frenesí, a toda   costa,    como    si             fuera     de                lo            más        agradable           continuarse,      como     si             fuese    a             volvernos, a       fin          de                cuentas,              eternos.              Deseo   de          abrazarse,           pese      a             todo,     igual       que        de                rascarse.
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Perdemos          la             mayor   parte     de          la            juventud             a             fuerza   de          torpezas.
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«¡Ah!    También              lo            cree       usted,   Bardamu,            ¡no         es           que        yo           se           lo            diga!                Mire      usted,   en          el hombre          lo            bueno   y             lo            malo      se           equilibran,                egoísmo              por         una        parte,   altruismo             por         otra… En              los          sujetos excepcionales,                más       altruismo             que        egoísmo.             ¿Eh?      ¿No       es           así?» «Así           es,          profesor,                exactamente     así…» «Y              en          el            sujeto   excepcional,      dígame,               Bardamu,            ¿cuál                puede  ser          la            más       elevada entidad               conocida             que        pueda   estimular             su                altruismo             y             obligarlo              a             manifestarse indiscutiblemente?» «¡El  patriotismo,                profesor!»
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Cuando el            odio       de          los          hombres             no           entraña riesgo alguno,   su           estupidez            se                deja       convencer          rápido, los          motivos               vienen  solos.
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Lo           que        hace      falta,     en          el fondo,             para       llegar     a             una        especie de           paz         con                los          hombres,            oficiales               o             no,         armisticios frágiles,        desde   luego,   pero      aun                así          preciosos,           es           permitirles         en           todas    las          circunstancias tenderse,                repantigarse      entre    las          jactancias            necias.  No          hay        vanidad               inteligente.        Es                un instinto.         Tampoco             hay        hombre               que        no          sea         ante      todo      vanidoso.
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Así          se           van         los          hombres,            a             quienes,              está       visto,     cuesta  mucho  hacer    todo                lo            que        les exigen:          de          mariposa             durante               la            juventud             y             de                gusano para       acabar.
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Encuentras         de           todo      en          casa       de          tu            madre, para       todas    las          ocasiones            del                destino. Basta   con        saber    escoger.
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El            mundo sólo        sabe      matarte               como    un           durmiente,        cuando se vuelve,           el            mundo,                hacia     ti,            igual      que        un          durmiente          se           mata     las          pulgas. La            verdad es que                sería      una        muerte muy       tonta,   me         dije,       como    la            de          todo      el            mundo, vamos.                Confiar en           los          hombres             es           dejarse matar    un          poco.
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Somos, por         naturaleza,         tan         fútiles,  que        sólo        las          distracciones     pueden impedirnos         de verdad morir.  
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La vida  de          la             gente    sin          medios no          es           sino       un          largo      rechazo en           un          largo                delirio   y              sólo       se conoce           de          verdad, sólo       se           supera  de          verdad, lo            que                se           posee.
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La           guerra  había     quemado            a             unos,    calentado            a otros, igual      que        el            fuego    tortura                o             conforta,             según   estés     dentro  o             delante de          él.
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La           miseria es           gigantesca,         utiliza    tu           cara, como          una        bayeta, para       limpiar  las          basuras del         mundo.
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Pero      era         demasiado         tarde     para       rehacer la             juventud.           ¡Ya         no          creía      en ella! En                seguida te            vuelves viejo      y             de          forma    irremediable.    Lo           notas    porque has aprendido                a             amar      tu           desgracia,           a             tu            pesar.   Es           la            naturaleza,         que        es                más       fuerte   que        tú,          y se        acabó.  Nos        ensaya en          un          género y              ya           no                podemos            salir        de          él.          
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En           la            fatiga     y             la            soledad se           manifiesta          lo            divino   en los    hombres.           
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Tal          vez         sea         eso        lo            que        busquemos        a             lo            largo      de          la             vida,      nada                más       que        eso,       la mayor              pena     posible para       llegar     a             ser         uno        mismo  antes                de          morir.
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Pocos    seres,   pasados               los          veinte   años,     conservan           aún        un          poquito de           ese        afecto fácil,      el            de           los          animales.            ¡El           mundo no          es           lo            que        creíamos!            ¡Y                se           acabó!  Conque, ¡hemos             cambiado            de          jeta!      ¡Y            menudo              cambio!                ¡Por       habernos            equivocado!      ¡Perfectos cabrones       nos        volvemos            en           un          dos                por         tres!      ¡Eso       es           lo            que        nos         queda   en          la            cara pasados     los          veinte                años!    ¡Un        error!    Nuestra               cara       es           un          puro      error.
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Me         parecía haber    llegado al            momento,          a              la            edad     tal           vez,       en           que        sabes                perfectamente lo            que pierdes       cada      hora       que        pasa.     Pero      aún        no           has                adquirido            la            sabiduría             necesaria            para pararte      en          seco      en           el            camino                del         tiempo, pero      es           que,      si             te            detuvieras,        no          sabrías  qué hacer                tampoco,            sin          esa         locura   por         avanzar que        te           embarga             y              que                admiras                durante               toda la  juventud.            Ya           te           sientes menos  orgulloso,            de                tu           juventud,            aún        no          te           atreves a reconocerlo    en          público,                que        acaso                no          sea         sino       eso,       tu           juventud,            el            entusiasmo        por envejecer.
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Descubres          en           tu           ridículo pasado tanta     ridiculez,              engaño y             credulidad,         que desearías                acaso    dejar     de          ser         joven    al            instante,              esperar a             que        se           aparte, la                juventud, esperar           a             que        te           adelante,            verla      irse,       alejarse,              contemplar                toda      tu            vanidad,              llevarte la mano               a             tu           vacío,    verla      pasar     de          nuevo                ante      ti,            y             después              marcharte           tú,          estar     seguro  de que  se           ha           ido                de          una        vez,       tu           juventud,           y,            tranquilo             entonces,           por         tu           parte,                volver   a pasar  muy       despacio             al            otro       lado       del         Tiempo para       ver,        de          verdad,                cómo    son         la            gente    y las       cosas.
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Los         hombres             se           aferran a             sus         cochinos              recuerdos,         a             todas     sus                desgracias,         y             no          hay quien           los          saque   de          ahí.        Con        eso         ocupan el                alma.    
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Mientras             eres       capaz    aún        de          desempeñar      un          papel,   tienes asegurada             la                felicidad.            
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Así acaban          nuestros              secretos,             en          cuanto  los          aireamos             en          público.                Lo                único     terrible en nosotros       y             en          la             tierra     y             en          el            cielo       acaso    es                lo            que        aún        no          se           ha           dicho.    No          estaremos tranquilos    hasta     que        no                hayamos             dicho     todo,     de          una        vez         por         todas,   entonces quedaremos  en          silencio                por         fin           y             ya           no          tendremos         miedo   a             callar.
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El            dolor     se exhibe,           mientras             que        el            placer   y             la            necesidad           dan                vergüenza.
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Y             después,             cuando empiezas            a             apartarte             de los    demás, es           señal     de          que                tienes   miedo   a             divertirte            con        ellos.     Es           una        enfermedad. Habría       que        saber                por         qué        se           empeña              uno        en           no          curar     de          la            soledad.
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«De       todos    modos  —comentaba    la            vieja—, aunque sea         de noche,           por         así           decir,    todo                el            tiempo, encuentras        la            cama,    el            bolsillo  y             la            boca,     ¡y            con eso basta                y             sobra!»
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                Durante               esos      ataques,              llegaba a              perder la             esperanza          de           recuperar                alguna  vez         bastante             despreocupación            como    para       poder quedarme             dormido                de          nuevo.  Así,        pues,    no          creáis    nunca    de          entrada en          la            desgracia             de los                hombres.            Limitaos               a             preguntarles      si             aún        pueden dormir…               En           caso                de          que        sí,           todo va bien.     Con        eso         basta.
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Con        las          palabras               todas    las          precauciones     son pocas;          parecen               mosquitas                muertas,             las          palabras,             no          parecen               peligros,              desde   luego, vientecillos                más       bien,      ruiditos vocales,               ni            chicha   ni            limonada,           y             fáciles   de                recoger,               en cuanto           llegan    a             través   del         oído,     por         el            enorme hastío,  gris                y             difuso,  del         cerebro.              No desconfiamos            de          las          palabras               y             llega                la            desgracia. Palabras         hay        escondidas,        entre    las          otras,    como    guijarros.             No                se           reconocen          en especial         y             después              van,       sin          embargo,            y             te                hacen   temblar                la            vida       entera, en           su           fuerza   y en       su           debilidad…                Entonces             viene    el            pánico…               Una        avalancha…        Te           quedas ahí,         como un                ahorcado,           por         encima de          las          emociones…      Una       tormenta            que        ha           llegado,                que        ha pasado,          demasiado         fuerte   para       uno,      tan         violenta,              que        nunca   la                hubiera uno        imaginado sólo con        sentimientos…  Así,        pues,    todas    las          precauciones     son                pocas    con         las          palabras, ésa     es           mi           conclusión.
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En esos momentos es un poco violento haberse vuelto tan pobre y tan duro. Careces de casi todo lo que haría falta para ayudar a morir a alguien. Ya sólo te quedan cosas útiles para la vida de todos los días, la vida de la comodidad, la vida propia sólo, la cabronada. Has perdido la confianza por el camino. Has expulsado, ahuyentado, la piedad que te quedaba, con cuidado, hasta el fondo del cuerpo, como una píldora asquerosa. La has empujado hasta el extremo del intestino, la piedad, con la mierda. Ahí está bien, te dices.


** Escenas Inolvidables **
Cuando lo leas, no te las pierdas.

- El primer encuentro entre Ferdinand y Robinson
- Las Colonias Francesas y la enfermedad en cada rincón
- La fábrica de Ford, con la humillación de Ferdinand
- Los abortos clandestinos
- El barco al que invitan a Robinson, Ferdinand y Madelon
- La locura de Madelon


Ficha técnica.
Año: 1932
Género: novela bélica / autobiográfica
¿Real o irreal?: con tintes autobiográficos (anotados en forma de negrita en su biografía, aquí debajo).


Escribe...

  Louis-Ferdinand Auguste Destouches nació en Courbevoie, Francia, el 27 de mayo de 1894. Es uno de los escritores franceses más traducidos del siglo XX. Fue hijo único, por lo que se le pudo permitir asistir a escuelas privadas y aprender idiomas en Alemania e Inglaterra. Se alistó a los 18 años en una unidad de caballería para la Primera Guerra Mundial, donde fue herido de un brazo, y volvió con dolores de cabeza permanentes. Obtuvo una medalla de honor por haber sido voluntario en la misión donde se le hirió. En 1916 fue como parte de una explotación forestal a África, donde tuvo malaria durante todo su viaje. De vuelta a París, trabaja en la revista científica Eureka, donde uno de sus colegas le inspira a estudiar medicina. Se casa con Edith Follet (hija de quien le inspiró a matricularse), madre de su hija Colette. Viajó como comisionado de higiene para la Sociedad de Naciones por países como Estados Unidos, Cuba, Canadá, Inglaterra y Suiza. Se divorcia, y vive varios años con su amante Elizabeth Craig, una estadounidense que inspira los personajes de Lola y Molly en Viaje al fin de la noche. 
Tuvo su propio consultorio médico en 1927, pero al llegar a la quiebra trabajó en un dispensario. 
Tiene un tercer matrimonio, mujer con la que escapa de Francia temiendo por la Segunda Guerra Mundial. En Dinamarca es arrestado (1945) por acusarlo de cooperar con la ocupación nazi en Francia, por lo que pasa un año preso. Fue declarado no grato para Francia, donde no volverá en varios años.
Murió por un aneurisma cerebral en 1961.Gracias a sus opiniones antisemitas, Francia no pudo realizar ningún homenaje post-mortem.


Obra representativa:

Viaje al fin de la noche (1932).

x ¿Lo reelerías? x

Sí, me encantó y me he preparado ya más obras que considero que suenan interesantes. Su estilo irreverente me ha cautivado.

"La experiencia es una ténue lámpara que sólo ilumina al que la lleva"


Lee conmigo en: https://www.lectulandia.co/book/viaje-al-fin-de-la-noche/




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