Había leído en las reseñas que es de sus mejores obras y en efecto, puedo decir que de las cuatro es la que más humana me ha parecido. Tiene el misterio, el perfecto cuidado a los detalles sobre el asesinato, va siguiendo la historia de los personajes casuales, PERO le agrega un punto sentimental: la comunicación después de la muerte, entre una bisabuela dolida y su bisnieta.
Ahora llega a manos de Anna María la desaparición de dos jóvenes que se fueron de buceo. Rebecka se entera del caso, como fiscal que sigue siendo, y sueña con Wilma, una de las víctimas. Interpreta pues este sueño como una señal de que debe ayudar a cerrar el ciclo, a esclarecer su caso. Y aunque ya se siente mejor de sus problemas de ansiedad y depresión post-crímenes que resuelve, aún debe lidiar con un Mans que, siendo su pareja formal, la presiona para que deje a Kiruna y a sus muertos y de nueva cuenta trabaje para él. Como siempre, Rebecka tiene una gran facilidad para conectar con los sospechosos, para ver como transparencia en su alma, es el caso de Hjalmar, a quien logra acercar a la paz interior durante sus investigaciones.
Wilma era joven, animosa, llenaba de luz un pueblo de ancianos. Aparece en sueños, en golpes de viento, en cuervos que revolotean sin parar en las fachadas de las cabañas. Va mirando a cada personaje y narrando su pasado, sus costumbres y sus cabos sueltos. Es un alma en pena que no puede irse, que no entiende que debe irse ya. Anni, su bisabuela, es su mejor amiga. La acoge en sus años de aburrimiento parental, y se arepiente de no haberle demostrado todo el amor que le profesaba. Annie es vieja, pero conoce a los suyos: su hermana Kerttu es madre de Hjalmar y Tore, sabe que los muchachos son violentos y difíciles, y que no son la familia de retrato en la sala que todos esperan. Aún así, con todos sus esfuerzos ayuda a Rebecka y Anna a esclarecer la muerte de Wilma, porque se lo debe: por amor.
Kristen, el policía que educa perros para rescate, sigue enamorado de Rebecka, esperando el momento de declararse aún con su cara quemada y su poca aceptación social. Rebecka lo ve más allá de la piel rosácea, más al darse cuenta de que sabe qué decir y cuándo hacerlo.
Pero volvamos a Kerttu: ella era hermosa en su juventud, y atrajo la atención de los soldado alemanes durante la Primera Guerra Mundial, por lo que su turbia historia con ellos pone en peligro a Wilma y Simon, pero shh, que Kerttu no está lista para que se abra la caja de Pandora. Como madre, sobreprotege a Tore, ya que en un pastoreo de infancia, Hjalmar y él se pierden en el bosque, y cada uno toma rumbos diferentes por no poder ponerse de acuerdo de hacia donde ir: Hjalmar llega a casa, pero Tore no. La desaparición dramática de un niño por más de una semana, deja en el hogar la sensación crónica que de Hjalmar le debe la vida a su pequeño hermano, al que dejó escapar. Este, cuando regresa, se vuelve cruel e intimidador, a sabiendas de que su hermano, débil y gordinflón, será su matón personal por órdenes de sus propios padres. Este rencor entre hermanos germinaría a través de los años, haciéndoles los adultos más temidos del pueblo. Hjalmar, sin embargo, quiere estudiar y ser alguien, pero su padre se encarga de mostrarle que su único camino es ser transportista como él, "que aquí no hay lugar para cerebritos que le hagan menos por no tener estudios". Y Hjalmar debe buscar la forma de alimentar su alma a escondidas, como bandido, odiando el temor que le infunde su propia familia.
Dos urracas se sientan en el árbol de enfrente. Graznan y la
llaman, pero ella no es consciente. Las personas no reflexionan sobre los
pájaros. Se llenan de grandes sensaciones a través de ellos, pero nunca se
preguntan por qué. Aunque veinte pajaritos posados en un abedul con sus
canturreos y trinos puedan abrirte el pecho y hacer que la alegría fluya. El
ladrido de un perro no despierta esa emoción. O cuando levantas la cabeza y
miras al cielo y ves una línea de pájaros migratorios. Qué sensaciones. Como
cuando un centenar de pájaros se juntan en un mismo sitio a armar barullo con
la caída de la tarde. La llamada triste del búho o el colimbo en las noches de
verano. O cuando la golondrina se mete debajo de las tejas para volver junto a
sus alteradas crías. Y tampoco piensan por qué el interés por las aves va en
aumento a medida que una persona se hace mayor, a medida que se va acercando a
la muerte. No, hay muchas cosas que no se saben hasta que mueres.
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Le contestó que no,
que no tenía miedo. Solía mirar a sus clientes a los ojos largo y tendido. «Así
te das cuenta —había dicho— de si tienes que tener miedo o no.»
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Pienso que si recuerdas una vez en la que estabas muy triste y te concentras en
la tristeza, puedes sentir cómo te vuelve a llenar por dentro. Y si recuerdas
alguna vez en la que estabas muy contento, la alegría también vuelve. Pero si
recuerdas una situación de angustia, no revives la sensación. Es como si el
cerebro dijera basta. No quiere retroceder. Recuerdas la escena, pero no puedes
recuperar el sentimiento.
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Assa logra en esta obra una enorme compenetración del lector con los personajes. Y si eres de los que les gusta darle una segunda oportunidad a esos villanos (porque ves en ellos un enorme corazón), te encantará enamorarte de Rebecka y Hjalmar.
De los cuatro de la saga, es el que sin duda más me ha gustado.
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