Esta es la tercera entrega de la saga de Wilt, más enredados que antes y con la misma picardía que te recuerda lo bien que se siente ser parte de estas historias.
En esta ocasión, Wilt es víctima de una Eva con gran esperanza (e ignorancia) que administra secretamente a Wilt un afrodisiaco naturista (y dudoso) porque desea avivar la llama en su matrimonio, sin considerar que más bien lo enfada, lo enferma y lo vuelve loco. Las cuatrillizas estudian en una escuela para niños superdotados que le exprime hasta el último centavo del salario, pero él sigue creyendo que son unos diablos asesinos en cuerpos pequeños. Debe lidiar con la acusación de una maestra de ser un pervertido que la espía en los baños, todo un malentendido como el que sucede en cada una de sus aventuras. Tiene que dar clases a un asesino convicto y teme por su vida cada que sale de la prisión, por el más puro terror psicológico que le genera. Se topa con un nuevo inspector, Hodge, con el que vivirá otro interrogatorio de pesadilla como en la primera parte de la historia. Siempre molesto y en desacomodo con el mundo...
Eva se encontrará más fuerte y empoderada, la misma madre abnegada que a veces no puede con cuatro bocas tan imprudentes y soeces. Su amiga Mavis sigue siendo una libertina sexual que espera que ella también arruine su matrimonio, por eso no para de hacerle ver las infidelidades fantasmas de un Wilt que sólo quiere librarse de unas nuevas falsas acusaciones...
El policía Flint reaparece como un hombre amargado que ha perdido el amor de su familia por su adicción al trabajo. Está bajo un tratamiento médico que le genera más roces con Hodge, quien ahora es su competencia directa.
Hodge, policía encargado de la sección de drogas, ve en Wilt al más inteligente narcotraficante, y se obsesiona con espiarlo y encerrarlo, recordando al lector al Flint de la primera parte.
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—¿Su esposa es una mujer gorda con cuatro niñas?
—Supongo que se podría describir así —dijo Wilt—, aunque francamente, yo me
olvidaría de lo de «gorda» si fuera usted.
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Thomas Ridley Sharpe nació en Londres, Inglaterra, el 30 de marzo de 1928. Se tituló como historiador en la Universidad de Cambridge y sirvió para la Marina Real Británica, quien lo llevó a residir por un tiempo en Sudamérica. Escritor de humor negro, también fue fotógrafo político, lo que le valió una estancia en la cárcel de Pietermaritzburg como preso político hostil, destruyendo los 36 mil negativos de trabajo que había realizado. Tuvo 4 hijas, y murió por diabetes el 6 de junio de 2013, a los 85 años.
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Recomiendo esta saga a quienes quieran distraerse y reír con la mala suerte de un buen hombre cuyo único delito es no soportar la estupidez de la gente que lo rodea.
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