Esta obra de 2018 cuenta la historia de un grupo de islas (ficticias) ubicadas en las periferias de África. Islas tan pequeñas y áridas, que solo puede ser poblada una, que vive a los pies del volcán Brau, que ruge que ruge esperando el momento de hacer erupción.
La isla es caliente, oscura, roja. Los pocos habitantes son pescadores que llevan décadas habitándola. Todos son nativos que soportan el hedor de cenizas y uvas amargas con las que hacen el único vino que la naturaleza les concede beber.
Todos, menos el Maestro...
El Maestro da clases en el único colegio de la isla. Es sustituto de La Vieja, la maestra que ha enseñado a Todas las familias (y sus antecesores). Es una mujer anciana, fría, firme, a la que nada le sorprende, que no se queda callada y que reta y enmudece hasta a los hombres más influyentes de la isla: el Médico y el Alcalde, este último un sesentón amargado que busca a toda costa el bienestar de la isla: que nadie entre, que nadie les robe. Corrupto y muchas veces aliado del diablo, es el mejor amigo del Médico, desde niños. El Médico es un hombre obeso y flojo que da pocas consultas y se interesa más en los chismes y cuentas administrativas del lugar. Ambos aman su isla, aunque saben de sus carencias y retraso técnico, y no soportan que se hable mal de ella.
Pero volviendo al Maestro, es el único foráneo que se dedica con ética y amor a dar confianza y esperanza a los niños, lo que irónicamente causa la desconfianza de los adultos.
El Maestro quiere reportarlos a las autoridades europeas, pero es detenido por los demás para evitar que extranjeros enten en la isla y lo controlen todo. Descontento por la culpa, decide comenzar una serie de investigaciones que le indiquen de dónde vinieron y quién los mató. Esta insistencia llama al Comisario, un intimidador que les recuerda que la isla está en la mira de importantes corporaciones que no desean que el problema de los negritos salte a la vista... Su presencia desencadenará una serie de traiciones y enemistades entre los protagonistas, quienes mostrarán sus peores caras.
La vida no es más
que una suma terrenal de momentos felices y amargos que al final, hagas lo que
hagas, dan como resultado un balance nulo.
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—No creo en Dios —respondió la mujer en un tono neutro en el que el Cura creyó
adivinar una nota de pesar.
—Es una lástima. Puede ser de tanta ayuda…
—¿Y qué le hace pensar que necesito ayuda?
—¿Quién se atrevería a tener el orgullo de afirmar que no la necesita?
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Dele al hombre fuego, hierro y un martillo, y en un abrir y cerrar de ojos
forjará una cadena para sujetar a otro hombre que se le parece como si fuera su
hermano y mantenerlo sometido, o una punta de lanza para matarlo, en vez de
construir una rueda o un instrumento musical.
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El Comisario sentía debilidad por Judas, tan largo tiempo detestado. Al Comisario
le habría gustado que lo detestaran también a él con tanta perseverancia. El
amor tarde o temprano se acaba diluyendo. El odio no. Perdura, a veces incluso
crece, se reactiva sin cesar. Es el motor del género humano. Al final, el
triunfo de Judas será más duradero que el de Cristo, que vemos declinar en
todas partes. Las pruebas de amor escasean entre los humanos, mientras que las
manifestaciones de la traición y del mal proliferan.
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El Alcalde miraba el cuerpo, atónito y aterrorizado. Seguramente pensaba que,
muerto, el Maestro era aún más molesto que cuando estaba vivo. En el fondo, ésa
era su victoria, porque, se diga lo que se diga, los muertos siempre tienen
razón.
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Philippe Claudel nació el 2 de febrero de 1962 en Nancy, Francia. Se desempeña como guionista de cine y televisión, además de como profesor de Antropología y Literatura. Ha sido galardonado con premios como el Francia Televisión (2000), Goncourt (2003, 2007), o Renaudot (2003).
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