Bueno, que esta mujer es bárbara. Es la perfecta combinación de poesía e historia fusionadas en un encanto de novela que entrelaza leyendas catalanas con el deseo primario de todo ser humano: el amor.
Todo comienza alrededor de Margarida, una mujer ya muy anciana y jerárquica en una dinastía de brujas, malditas, aisladas y hechas mito. Sufre por el engaño de su marido con Elisabeth, una mujer a la que conoce en el monte y que se embaraza de él sin tener consideración por entrometerse en una familia. Su madre hizo un pacto con el diablo para conseguirle a Francesc, su esposo ladrón que se la vive escondido en el monte y volviéndose una leyenda. Tiene miedo de tener hijos incompletos, como castigo por el atrevimiento de su madre. Lo único que desea es una muerte pacífica con un coro de ángeles y la belleza que nunca vio en vida.
Joana, madre de Margarida, anhela tanto a un hombre que pide por él al diablo, y escapa del castigo porque pide un hombre entero y le manda a uno al que le falta un dedo del pie, por un incendio en el que se quedó sin familia. El diablo la castiga con hijas incompletas y días de diluvios. Bernardí, su hombre, no puede más que vengarse junto con su padre de todos los lobos que encuentra, pues se comieron a su madre y hermanas.
Blanca, hermana de Margarida, nace sin lengua. Le gusta ver a los animales en celo, y tiene sexo con quien puede y mientras puede, incluso con Elisabeth, que estaba embarazada al mismo tiempo que ella.
Angela, hija de Blanca, nace sin sentir pena ni dolor, y seca por esa carencia de emociones es como debe vivir su vida y su muerte. Pero el pecado de la madre lo pagaría el hijo: Martí, el bastardo de Elisabeth y Francesc sufre por su fealdad, la dependencia a su madre, y el maltrato que sufre cuando es capturado junto con su hijo.
Bernardeta, hija de Ángela y Martí, nace sin pestañas y con un extraño poder de adivinación donde puede ver la muerte de los demás, lo que consuela y enferma a la vez a las mujeres del pueblo, que esperan a sus hombres en su paso por el monte, donde siempre son aprehendidos y torturados por soldados. Tenía visiones del infierno, de sufrimiento, de un mundo en llamas. Todo lo que no podía controlar, lo apaciguaba pensando en un toro y una pequeña gatita. Pero antes de morir, dejará en el mundo a su hija Dolca, chica enamoradiza pero no confiada, que nacerá con cola y una tremenda vergüenza por ello, aunada al desamparo que le provocan las burlas sociales a su madre...
Bernardeta, hija de Ángela y Martí, nace sin pestañas y con un extraño poder de adivinación donde puede ver la muerte de los demás, lo que consuela y enferma a la vez a las mujeres del pueblo, que esperan a sus hombres en su paso por el monte, donde siempre son aprehendidos y torturados por soldados. Tenía visiones del infierno, de sufrimiento, de un mundo en llamas. Todo lo que no podía controlar, lo apaciguaba pensando en un toro y una pequeña gatita. Pero antes de morir, dejará en el mundo a su hija Dolca, chica enamoradiza pero no confiada, que nacerá con cola y una tremenda vergüenza por ello, aunada al desamparo que le provocan las burlas sociales a su madre...
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Y cuando
terminaba, recuperadas las fuerzas, abrazaba a su mujer con las manos
grasientas. Y Joana, al pie de ese pino que era su marido, descubría una seta
real como ninguna otra. Un hongo que le llenaba toda la mano. Y que ella
acariciaba con delicadeza para no romperle el cuello de mantequilla. Porque
Bernadí sería feo como un verraco, bien podía decirlo Joana, pero ¡qué seta!
Madre mía, qué seta. Aterciopelada y dura y bonita a rabiar. Rojiza y
amarillenta y brillante de rocío. Como si toda la finura, toda la belleza, toda
la alegría se hubieran escondido allí debajo, en forma de sombrerillo, anillo,
esporas y pie, clavándose como una raíz en la tierra oscura. Seta, ¿quién te ha
plantado? ¡La Virgen María y aquí me ha dejado!
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Ahora gorjeaban, aliviados, porque en mitad de la larga noche habían dudado que fuera a hacerse de día. Y daban la bienvenida a la mañana, aunque fuera una mañana mustia. A Margarida no le gustaban las mañanas. Porque por la mañana una mujer ingenua podía creer que la noche ya se acababa. Pero la noche no acababa nunca, esperaba escondida y siempre regresaba.
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Porque el camino solo se ve con el martirio.
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«Quiero tener mi tumba lejos de los campos santos,
donde blusas blancas no haya, ni panteones dorados.
Quiero que mi tumba sea cubierta de espinos altos,
que brote a sus alrededores hierba para los ganados,
y que descanse a mi sombra el perro negro cansado.
No quiero que a mi entierro vengan curas laicos ni romanos,
y las flores han de ser un manojo de punzantes cardos»
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Porque se pueden decir las desgracias, y se puede decir la pena, se pueden decir los remordimientos y la culpa, y se puede decir la muerte, y el dolor y las cosas que hacen los hombres. Las buenas y las malas. Pero no se puede decir cómo se hace una niña. No hay palabras para explicar cómo la hiciste, porque la hiciste como la tierra hace los árboles y los árboles hacen las ramas y las ramas hacen los frutos y los frutos hacen las semillas. A oscuras. Desde un sitio tan adentro que no sabías que sabías hacerlo.
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Ahora gorjeaban, aliviados, porque en mitad de la larga noche habían dudado que fuera a hacerse de día. Y daban la bienvenida a la mañana, aunque fuera una mañana mustia. A Margarida no le gustaban las mañanas. Porque por la mañana una mujer ingenua podía creer que la noche ya se acababa. Pero la noche no acababa nunca, esperaba escondida y siempre regresaba.
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Porque el camino solo se ve con el martirio.
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«Quiero tener mi tumba lejos de los campos santos,
donde blusas blancas no haya, ni panteones dorados.
Quiero que mi tumba sea cubierta de espinos altos,
que brote a sus alrededores hierba para los ganados,
y que descanse a mi sombra el perro negro cansado.
No quiero que a mi entierro vengan curas laicos ni romanos,
y las flores han de ser un manojo de punzantes cardos»
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Porque se pueden decir las desgracias, y se puede decir la pena, se pueden decir los remordimientos y la culpa, y se puede decir la muerte, y el dolor y las cosas que hacen los hombres. Las buenas y las malas. Pero no se puede decir cómo se hace una niña. No hay palabras para explicar cómo la hiciste, porque la hiciste como la tierra hace los árboles y los árboles hacen las ramas y las ramas hacen los frutos y los frutos hacen las semillas. A oscuras. Desde un sitio tan adentro que no sabías que sabías hacerlo.
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Irene nació en Malla, España, el 17 de agosto de 1990. Es licenciada en Bellas Artes y maestra en Literatura, Cine y Cultura Audiovisual. Su mayor trabajo es en poesía, aunque su novela Canto yo y la montaña baila ha sido traducida a más de veinte idiomas. Realiza una columna cada quincena para el diario La vanguardia.
Lee conmigo en: https://ww3.lectulandia.com/book/te-di-ojos-y-miraste-las-tinieblas/
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